El último tango
Durante algunos años tuve el mismo sueño recurrente, en el que bailaba abrazado a una joven de cabellos blancos. No me molestaba la insistencia de esa enigmática escena, mas me consumía en una deliciosa felicidad, y al despertarme cada mañana, no podía sino esperar la llegada de la noche para poder volver a soñarla.
Una noche, en una fiesta de fin de año, en Budapest, reconocí a la joven y la invité a bailar. Teniéndola en mis brazos comprendí que aquel sueño había sido en realidad un recuerdo de ese momento, que alguna razón, se había anticipado. Ahora solo me acuerdo del momento en que, a causa de un movimiento desafortunado, le pisé el pie. Un instante más tarde ella se iba, sin siquiera revelarme su nombre. No volví a tener el sueño nunca más.